Discurso del Presidente Javier Milei en el 90º aniversario de la DAIA en el Teatro Colón

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Discurso del Presidente Javier Milei en el 90º aniversario de la DAIA en el Teatro Colón.

Javier Milei: Buenas tardes a todos. Primero que nada, quiero agradecer a la DAIA y a su Presidente Mauro Berenstein por invitarme a compartir con ustedes este 90 aniversario de la institución. Considero de especial importancia estar aquí hoy; desde el 7 de octubre las comunidades judías a lo largo y a lo ancho del mundo, incluida la comunidad judía argentina, vienen sufriendo hostigamientos constantes de parte de quienes dicen luchar contra las injusticias. Insultan, amenazan y hacen pintadas en instituciones educativas con el solo fin de amedrentar a quienes ellos odian y todos sabemos que ese odio poco tiene que ver con lo que pasa en Medio Oriente. Quiero sumarme a las palabras del Presidente de la DAIA y dejar en claro hoy que en Argentina tenemos, en el marco de la ley vigente, tolerancia cero con el antisemitismo. En este sentido, nuestro compromiso como país con el combate al antisemitismo se muestra en que el próximo año estaremos ocupando la Presidencia del IHRA, la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto.

Más aún, en el marco de nuestra última gira a Israel firmamos el Memorándum en defensa de la libertad y la democracia. Que quede en claro la diferencia: mientras otros gobiernos pactaban con Irán para encubrir atentados terroristas en suelo argentino, nosotros pactamos con Israel para convertir el terrorismo y el antisemitismo. Esperamos que este memorando sirva no solo para fortalecer nuestra relación bilateral con Israel sino también como puntapié para profundizar la cooperación entre Israel y toda la región en torno a valores y objetivos fundamentales como son la libertad y la lucha contra el terrorismo. Para este fin vamos a impulsar también los acuerdos de Isaac moldeados con la base de los acuerdos de Abraham que están llevando la paz a Medio Oriente. Los acuerdos de Isaac buscan profundizar los vínculos entre Israel y América Latina desarrollando la cooperación nacional en sectores estratégicos y solidificando los lazos diplomáticos.

Argentina será el país pionero en la defensa y promoción de estos acuerdos junto con Estados Unidos. Hoy, más que nunca, es necesario que el mundo libre se alce de forma conjunta contra las amenazas a la libertad que buscan levantar su cabeza. El mundo hoy no es como hace unos años atrás: el 7 de octubre fue un antes y un después, no solo para Israel o los judíos, sino para todo Occidente. En el 7 de octubre todos pudimos ver la cara del mal; vimos cómo una sociedad cometía, filmaba y compartía orgullosa al resto del planeta los crímenes más aberrantes de los que se tenga memoria reciente.

Y es difícil de imaginar para quienes no vieron los acontecimientos, la magnitud del horror de este ataque terrorista, fue un evento traumático un evento que nos recordó a todos que Israel no está luchando contra un adversario razonable sino contra un enemigo con voluntad y capacidad genocida, un enemigo que no perdona niños, ancianos o mujeres en su sed insaciable de imponer una ideología criminal, es, sin ir más lejos, un enemigo verdaderamente malvado. Pero hoy, luego de dos años de una guerra cruenta en la que estuvo asediado en siete flancos distintos, Israel puede ver la luz gracias a la valentía de los soldados israelíes y al apoyo inquebrantable del Presidente Trump, hoy todos los rehenes que aún seguían con vida están de nuevo en sus casas. Y entre ellos recuperamos también a nuestros compatriotas David Cunio, Ariel Cunio y Eitan Horn. Por un milagro semejante no hay más que agradecer a Dios.

Y en este conflicto nuestra posición siempre fue muy clara: mientras la gran mayoría del mundo libre decidió darle la espalda al Estado judío, nosotros le dimos la mano; mientras la gran mayoría hacía oídos sordos al crecimiento del antisemitismo en sus tierras, nosotros los denunciamos con más ímpetu, porque al mal no se le puede responder con indiferencia, sino que se le debe enfrentar con una fuerza de igual magnitud, pero con sentido opuesto.

En definitiva, si las fuerzas del bien no emprenden esa lucha, todo está perdido y esto es así sobre todo cuando es difícil, cuando todos te dicen que no lo hagas, cuando todos callan por miedo o cobardía, porque el momento en que un hombre, un gobierno o un país dejan de hacer lo correcto porque es impopular, es el momento en que comienza a morir. Que quede bien claro, resignar el bien para abrazar la comodidad es una condena al fracaso. La indiferencia con el mal es ser parte del mal.

Y esa es una verdad que nos ordena tanto en las relaciones internacionales como en la economía y en la política. Porque tenemos que tener claro que entre el bien y el mal no hay término medio, y hoy más que nunca debemos tener esto bien en claro como nación. Porque desde hace tiempo estas categorías morales tan básicas, tan elementales, venían siendo socavadas sistemáticamente desde el poder. Y la consecuencia de este borrar la diferencia entre el bien y el mal, de resignar los valores judeo-cristianos que sirvieron de guía para nuestro país por tanto tiempo, es que empezamos a perder el rumbo. Empezamos como pueblo a confundir la caridad con la redistribución, empezamos a hacer del pobre un esclavo del Estado, empezamos a robarle el fruto de su trabajo al honesto con argumentos grandilocuentes. Y esa retórica nos terminó estancando, porque los valores morales son la fuente genuina del crecimiento económico, y esos valores dictan también la existencia y la defensa de la propiedad de los hombres libres; propiedad que en nuestro país se vio atacada sistemáticamente desde el Estado por el estómago insaciable de los políticos.

Esta verdad tan básica, tan evidente, tiene que ser escondida por los adoradores del Estado presente, ellos necesitan que la gente piense que el Estado es el que crea el crecimiento y el bienestar en lugar de su propio esfuerzo y esto para que después la gente no tenga herramientas ni argumentos para evitar que le saquen todo lo que es suyo y reduzcan a esclavos al político de turno. En definitiva, Israel es un ejemplo radical de todos estos valores que hicieron a occidente grande porque en su fundación era poco más que un desierto y en tan solo casi 80 años fue convertido gracias al trabajo incansable de sus ciudadanos en un oasis de prosperidad y crecimiento.

Por eso apoyar a Israel es necesario para nuestro país, porque significa apoyar los valores que hace 100 años nos hicieron grandes, pero que abandonamos, y por abandonarlos nos hundimos en la miseria. Es así que, hoy más que nunca, tenemos que redoblar nuestro compromiso con el bien y la verdad, tanto dentro como fuera del país. Hoy más que nunca, nuestro deber moral defender la verdad de estos valores judeo-cristianos. Porque sin lugar a dudas es ese compromiso férreo con el bien, sin importar las críticas, el que le muestra al mundo que hoy somos un país mejor, y esto es también algo necesario para hacer a la Argentina grande nuevamente.

Muchas gracias a todos por su atención, que Dios los bendiga y que las fuerzas del cielo nos acompañen. Am Israel Jai.

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