Palabras del Presidente de la Nación, Javier Milei, en la sede del Jockey Club Buenos Aires

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Palabras del Presidente de la Nación, Javier Milei, en la sede del Jockey Club Buenos Aires

Hola a todos. Es un verdadero placer para mí estar de visita en esta institución centenaria, fundada por Carlos Pellegrini: aquel piloto de tormentas que asumió en medio de una crisis, hizo lo que tenía que hacer sin preocuparse por las consecuencias políticas y saneó las cuentas públicas de nuestro país para devolvernos a fines del siglo XIX al sendero de crecimiento al que nos habíamos acostumbrado. Yo, desde el mismo momento en que me involucré en la carrera presidencial, siempre puse como guía a Carlos Pellegrini. De hecho, cuando nosotros hicimos el lanzamiento de La Libertad Avanza en lo que fue nuestra carrera hacia la banca de diputados, fue cuando justamente asumía el Doctor Carlos Pellegrini como presidente en el medio de una crisis. Y aquel día dijimos que ese día comenzaba el proceso de la reconstrucción nacional, que era el momento en el cual íbamos a empezar a dar los primeros pasos para volver a la Argentina grande nuevamente. Y siempre fue una inspiración, porque Pellegrini hizo lo que había que hacer.

Y eso, en aquel momento, era bastante más complicado, porque los tiempos a los cuales viajaba la información hacía que hacer las cosas que había que hacerse, pagaran costos más altos. Y, yo recuerdo que cuando Pellegrini deja el cargo, decide salir por el Congreso -vivía a pocas cuadras del Congreso- y uno de sus asistentes le dice: “Don Carlos, no salga por acá, porque hay gente que está enojada”. Y, Pellegrini decide ajustarse su chaqueta, se pone la Galera, toma el bastón y sale caminando por donde tenía que salir caminando; y, obviamente, que en esos metros no le dijeron cosas muy simpáticas.

Sin embargo, la historia lo recuerda como el piloto de tormentas. Entonces, esto quiere decir que nosotros venimos a hacer lo que hay que hacer, independientemente de las cosas que se digan en el corto plazo. Afortunadamente, a nosotros la suerte nos está trayendo mejores resultados, aún de corto plazo. Nosotros hemos logrado hacer el ajuste fiscal más grande de la historia de la humanidad en tiempo y forma. Porque si consideramos el ajuste entre el tesoro nacional, que es una reducción del gasto público del 30%, no hay registros de semejante ajuste en el período. Son 24 casos en la historia del mundo, pero los otros 23 ocurren después de una guerra. Por lo tanto, no hay registro de algo así. Y, además, el ajuste del Banco Central, que eran 10 puntos del PBI el déficit, en un año -básicamente en seis meses- hicimos ese ajuste de 15 puntos del PBI. Es más, el del tesoro, todos decían que era imposible hacerlo: lo hicimos en un mes.

Entonces, ahí todos predijeron que no solo que no íbamos a lograr bajar la inflación, que de estar viajando a niveles interanuales del 300, hoy viaja a niveles del 20; sino que además nos pronosticaban una mega hiper recesión, y cuando miramos el estimador mensual de la actividad económica en términos desestacionalizados, cuando comparábamos diciembre del 24 con diciembre del 23, no solo que no habíamos caído, sino que además subió 6% el PBI; el primer trimestre viajó a niveles del 5,8 y ahora el PBI viene viajando el segundo trimestre a niveles del 7,7. También dijeron que íbamos a hacer explotar la cantidad de pobres: cuando asumimos sinceramos los números y obviamente eso implicó saber que la pobreza estaba en torno al 57% y hoy es entorno al 31, es decir que los desalmados y descorazonados liberales sacamos de la pobreza a 12 millones de seres humanos; y, dentro de esos 12 millones de seres humanos que sacamos, hay 2 millones y medio de jóvenes y niños que salieron de la pobreza. Vaya que están funcionando las ideas de la libertad. Pero bueno, parece que para el status quo está todo mal, pero nosotros vamos a seguir empecinados en seguir haciendo grande la Argentina nuevamente.

En definitiva, es en honor el fundador de este club que me gustaría aprovechar para traer a colación la discusión que vivimos las últimas semanas respecto de si Argentina fue potencia o no entre finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Para poner en contexto, en aquel entonces nuestro país se encontraba entre los primeros cinco países con el PBI per cápita más alto del mundo, fuente Angus Maddison. Es cierto que después se fueron haciendo recalibraciones de esta estimación. Entonces, Argentina si no está primero, está tercero, pero digamos básicamente, por ahí estamos. Alcanzamos un producto bruto interno total superior a la suma de Brasil, México, Paraguay y Perú juntos y llegamos a tener un PBI per cápita incluso más alto que el de Estados Unidos. Si bien éramos un país joven nuestra población venía creciendo a paso sostenido. Entre 1870 y 1914 nuestra población prácticamente se cuadruplicó y nuestra nación fue refugio para millones de personas escapando del hambre y la guerra, quienes buscando mejores condiciones de vida concluyeron que Argentina tenía todo lo necesario para prosperar. Durante este proceso, también desarrollamos gran parte de la infraestructura que aún internalizamos al día de hoy. De hecho, éramos el país de la región con más kilómetros de vías de tren. Durante ese mismo periodo, logramos pasar de niveles del 80% del analfabetismo a erradicarlo y logramos mejorar en un 50% nuestra expectativa de vida. Buenos Aires se convirtió rápidamente en la primera capital cosmopolita de América Latina y Argentina se convirtió en protagonista en el concierto de las Naciones. Éramos referente en el derecho internacional, mediábamos en conflictos internacionales y nuestros títulos públicos eran demandados las principales bolsas de Europa y de Estados Unidos. Y, por si fuera poco, aún contábamos con vastas tierras vírgenes y recursos para ser explotados, al igual que ahora. Es decir, hace 100 años contábamos con el mismo oro, el mismo petróleo, el mismo cobre y el mismo campo fértil que hoy en día.

¿Y por qué sucedió esto de esta forma? Porque estábamos abrazados a una verdad elemental: que tener un Estado chico era lo mejor para tener una sociedad civil pujante. Imagínense que se estimaba que, por aquel entonces, la participación del gasto público sobre el PBI era en torno del 10%; y en los últimos años llegó a ser cerca del 45% sobre el PBI, una verdadera aberración que nosotros hemos empezado a corregir y que hoy está en 35%. Es más, el último dato de lo que tiene que ver con la participación del sector público nacional está en el nivel más bajo desde 2007. Vaya que hicimos un tremendo ajuste. Ajuste que no es acompañado ni por las provincias ni por los municipios, que siguen manteniendo los mismos niveles en términos del PBI desde el momento en que asumimos. Es decir, ha habido motosierra en Nación y no está siendo acompañado ni por las provincias ni por los municipios. Y, es más, en algunos casos, algunos perversos, frente a las bajas de impuestos que hacemos nosotros —porque también hay que contarlo: el año pasado eliminamos impuestos por el equivalente de más de dos puntos del PBI—, algunos perversos aprovechan esas bajas que nosotros hacemos a nivel nacional para subir los impuestos a nivel provincial o a nivel municipal.

Ese periodo no solo se destacó por tener una sociedad civil pujante, sino también especialmente por tener un élite social y económica a la altura de la época, que era punta de lanza del crecimiento nacional. Sin ir muy lejos, tanto Pellegrini como el Jockey Club, son un claro ejemplo de esto que digo. Sin embargo, este sendero de crecimiento virtuoso se detuvo cuando se reemplazó al modelo de la libertad por el modelo del Estado presente. Un modelo que no hizo más que poner el carro adelante el caballo, drenando nuestra sociedad de recursos en lo económico, mientras que en lo cultural se propuso reemplazar a los hombres de iniciativa privada por la iniciativa estatal y fracasó estrepitosamente. Esto derivó la creación de la famosa casta, que fueron los que año a año intentaron reemplazar a la sociedad por el Estado; donde antes teníamos elites soñadoras que invertían y arriesgaban para crear soluciones innovadoras, sabiendo que podrían disponer del fruto de su trabajo, pasamos a tener amigos del poder enquistados en modelos comerciales dependientes de la coerción y sus cotos de caza. Donde antes teníamos una cultura del esfuerzo en la que el estudio y el trabajo eran protagonistas pasamos a tener una cultura del desgano donde se bajaron sistemáticamente los estándares escolares al punto de anular la repitencia y donde la palabra trabajo quedó tergiversada en ir a calentar una silla a la municipalidad. Donde antes teníamos una clase alta capaz de obras filantrópicas sin precedentes, pasamos a tener un Estado incapaz de comprar un tomógrafo y así podemos seguir enumerando por días.

De hecho, hay un libro maravilloso de nuestro máximo referente de las historias de las ideas de la libertad, que es el doctor Alberto Benegas Lynch (h) —junto a otro gigante de las ideas de la libertad, que es Martín Krause—, que tiene un libro maravilloso que se llama “En defensa de los más necesitados”; y, una de las cosas que muestra es cómo la sociedad se auto- organizaba para darle contención a los más vulnerables. Que, claramente, cuando esa ayuda fue reemplazada por el Estado, evidentemente derivó en clientelismo y, como suele señalar el Profesor Huerta de Soto, la ayuda a los pobres genera más pobres. Es decir, cuando esto lo hace el Estado, justamente en lugar de contribuir a sacarlos de esa situación, los hunde en esa situación. Por eso, una de nuestras políticas enfocadas al crecimiento, y desde el primer momento, fue la política del capital humano. O sea, nosotros tenemos una estrategia macro que se construye sobre la idea del equilibrio fiscal, la cantidad de dinero fija y el tipo de cambio flexible —cosa que hicimos saliendo del cepo, y básicamente eso se hizo previo a sanear el balance del Banco Central—; y, por otro lado, una estrategia clara de crecimiento que tiene que ver con la reinserción en el mundo, con la libertad económica, con la desregulación y, obviamente, con el capital humano. Y en ese sentido, lo que cambió fue la filosofía: antes, la política social procuraba dar asistencia, dar subsidios. Eso no funciona. No es cuestión de regalarle el pescado a la gente, es cuestión de enseñarle a pescar. Y eso es lo que estamos haciendo desde Capital Humano. Y, con esa lógica, hemos sacado 12 millones de personas de la pobreza, y estamos en niveles que hacía tiempo que en Argentina no se veían; pero devolviéndole la dignidad a la gente, algo que, claramente, muchos gobiernos no han querido.

Obviamente, como consecuencia de esa mentalidad derrotista, hoy es popular el discurso político en el negar que alguna vez fuimos importantes. Es que justamente, es básicamente negar esa Argentina dorada, esa Argentina maravillosa, es una forma también de negar el fracaso estrepitoso del modelo estatista. De hecho, hay un economista que se llama Federico Domínguez, sacó un libro muy interesante donde separa a la Argentina, pero en ciclos largos, en lugar de estar mirando ciclos cortos, o sea, mira ciclos en torno de 80 a 90, 100 años y básicamente hay un momento que lo llama la Argentina liberal, que son 90 años, entre 1853, el momento de la Constitución de Alberdi y digamos 1943 y dice, en ese momento es el momento en donde Argentina claramente hizo el despegue y Argentina se convirtió, dejó de ser de un país de barro y se convirtió en una potencia. Claramente esa historia es una historia que incomoda mucho a cerdos miserables que quieren negar la decadencia que empezó a partir de 1943 y que terminó colapsando en el año 2003. Porque no se olviden que estábamos al borde de una hiperinflación, teníamos pasivos remunerados en el Banco Central por el equivalente a cuatro bases monetarias, teníamos deuda en pesos venciendo en el lapso de tres meses por el equivalente a 9 bases monetarias, es decir, que hubiéramos multiplicado en menos de tres meses la cantidad de dinero por 14 y, además, teníamos un money overhang, o sea, un sobrante monetario, que era del doble del que teníamos en la previa al Rodrigazo. Recuerden que en el Rodrigazo la inflación se multiplicó por seis, por lo tanto, si teníamos el doble podíamos multiplicar por 12. Entonces, multiplicar por 12, como caída de la demanda de dinero, multiplicar por 14 por expansión de la oferta, claramente, de hecho, el propio Ariel Coremberg, el cálculo alternativo y al que a mí me daba 17 mil y a él le da 18 mil. Así es que, básicamente, eso era a lo que nos enfrentábamos y hemos logrado domar la inflación sin expropiaciones, es decir, hemos respetado el derecho de propiedad. Toda la limpieza que se hizo del balance del Banco Central, nosotros no hicimos un plan Bonex, nosotros lo limpiamos a mercado. Lo hicimos respetando el derecho de propiedad. Algo que, básicamente, va a quedar en todos los libros de texto de la historia de semejante tarea hecha. No solo por el enorme Ministro de Economía que tengo, que es Toto Caputo, su vice José Daza, sino también por el trabajo conjunto entre el Banco Central de Santiago Bausili y Pablo Quirno desde finanzas.

Además, lo hicimos sin controles de precios, lo hicimos sin fijar el tipo de cambio y lo hicimos de manera honesta. Porque no es que hicimos el ajuste de tarifas antes y después empezar a medir el programa de estabilización, sino que lo estamos haciendo durante. De hecho, si ustedes, por ejemplo, toman el último dato de inflación minorista de 1,6, si ustedes miran bien, ya vienen al 0,8. Es decir, que hoy la inflación viaja en torno al 12%. Y si miran el tema de las canastas de alimentos, o las canastas de lo que tiene que ver con la canasta que determina la pobreza, estamos en niveles de inflación en torno al 7/8%. ¿Qué falta mucho? Sin lugar a dudas, porque no voy a descansar hasta que la inflación sea cero. Pero que hicimos mucho, también es cierto.

Entonces, imagínense que ese modelo nos hubiera dejado no solo una hiperinflación: nos hubiera dejado, por lo menos, 90% de pobres. Y eso lo quieren tapar, negando la grandeza que tuvimos durante el siglo XIX e inicios del siglo XX, es una forma de ocultar el enorme fracaso. En especial cuando lo hacen esas basuras con título de historiador, que lo que quieren hacer es ocultar el fracaso de la ideología que esconden y, por eso, fuerzan los datos. Por eso digo: siempre creen que tienen el derecho de reescribir la historia. Pero nosotros les contestamos como decía Mises: “mientras ellos sigan repitiendo sus mismas mentiras, nosotros vamos a seguir repitiendo nuestras verdades”.

Y, además, el problema no pasa simplemente porque sea una mentira canalla repetida constantemente para borrar nuestra memoria histórica, sino que el problema pasa porque es una pasión triste, que pretende paralizar a la sociedad para convencerla de que no podemos lograr grandes cosas, como si nuestro país estuviera condenado a ser poca cosa por el resto de los tiempos. Porque no hacer nada, incluso cuando se crea que podemos hacer poco, es la peor de las desidias. Muchas veces, incluso, la crítica a si efectivamente fuimos una potencia o no viene dada por gente que, al mismo tiempo, se opone a la explotación de nuestros recursos bajo etiquetas como “cipayo” o “vende patria”. La única conclusión posible de ello es que, en realidad, no les interesa realmente si fuimos potencia o no, sino que les interesa que nunca lo seamos. Por eso centran sus esfuerzos en discutir la etimología de la palabra “potencia”, en lugar de acompañarnos en la discusión de cómo volver a ser una de las cinco economías más pujantes del mundo. Esto parece una discusión superficial o de redes sociales, pero no lo es: es una discusión acerca del alma argentina. Y, hoy, más que nunca, es especialmente importante que defendamos este legado épico. ¿Por qué? Porque, como país, estamos transitando un momento bisagra en nuestra historia. Estamos retornando al modelo de la libertad, el modelo de la abundancia y la generación de riqueza. Estamos dejando de lado la mentalidad de escasez y redistribución que tanto daño le ha hecho a esta bella nación.

Es por eso que es momento de reencontrarnos con el espíritu que caracteriza a Carlos Pellegrini. Porque es momento de que la sociedad, y especialmente las élites recuperen el coraje de soñar. Por eso, no se me ocurre mejor lugar que este para mencionar estos temas, porque ustedes pueden ser la punta de lanza de este nuevo país. Ahora que es momento de volver a arriesgar, invertir y crear como nuestros abuelos y bisabuelos, son ustedes los encargados de portar la antorcha que les fue legada. Son ustedes quienes cuentan con el capital, el tiempo, los contactos y el conocimiento para comenzar a reconstruir la Argentina. Si no soñamos por nuestra cuenta con una Argentina próspera, los malos van a soñar por nosotros. Pero no sueñan con el futuro próspero que nosotros imaginamos: solo sueñan pesadillas de miseria y sujeción, que es a lo que nos acostumbraron los últimos 100 años. En definitiva: que Dios bendiga a los argentinos, que las fuerzas del cielo nos acompañen y ¡viva la libertad, carajo! Muchas gracias.

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