Palabras del presidente de la Nación, Alberto Fernández, en la presentación del libro “Evo: Operación Rescate”, de Alfredo Serrano Mancilla, desde la embajada de México, en Argentina

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Palabras del presidente de la nación, Alberto Fernández, en la presentación del libro “Evo: Operación Rescate”, de Alfredo Serrano Mancilla, desde la embajada de México, en Argentina

Buenas tardes a todos y todas: es un poco raro todo esto, porque hay demasiadas cosas de las que hablar, pero definitivamente venimos a presentar un libro. A mí cada vez que me proponen presentar un libro siempre aclaro que yo leo los libros presento, con lo cual le advierto al escritor: “mirá que no voy a elogiarte, voy a decir lo que he leído”. Pero voy a dejar para el final los comentarios sobre el libro, porque hay mucho de qué hablar antes.

Porque este libro habla de algo que pasa, que pasó, en América Latina y que pasó, en Bolivia, pero que pasó en muchos otros lugares, que pasó en Ecuador, que pasó en Brasil, que pasó en la Argentina, un tiempo donde claramente se difundió, en toda América Latina la idea de terminar con un momento de unidad y de prosperidad de todo el continente y se usaron las peores herramientas, las de la difamación, las herramientas de la persecución judicial.

Yo soy un hombre del Derecho, soy un hombre que se ha criado en el Derecho, que respeta y cuida el Estado de Derecho como el que más, primero porque soy un hombre del Derecho, pero antes de eso porque soy un demócrata, y la verdad que cada vez que veo que el Estado de Derecho se lastima de cualquier modo trato de ponerme al lado del lastimado. Por eso visité a Lula, estando preso y por eso fui a ver al Papa para pedir por Lula y el tiempo me dio la razón, porque el mismo juez que encarceló a Lula, sin argumentos suficientes, se convirtió, después, en ministro del gobierno que lo apresó a Lula.

Brasil tuvo la suerte, que hasta aquí no hemos tenido nosotros, de contar con una Corte Suprema digna, capaz de auto-revisarse y de corregir los abusos y atropellos cometidos. Y hoy Lula está libre, trabajando, recorriendo su país para volver a ponerlo en la mejor senda. Ahora lo que padeció Lula no es muy distinto a lo que padeció Cristina y a lo que padece Rafael, no es muy distinto.

América Latina tuvo un tiempo, que algunos llaman “los años rosas” del progresismos, que el progresismo se difundió en todo el continente, los años de Bachelet, de Lagos, en Chile; de Evo, en Bolivia; los años de Néstor y Cristina; los años de Pepe y de Tabaré, los años de Lula, los años de Rafael, los años de Chávez que lograron mancomunar un continente, en ponerlo en una dirección precisa de unidad, de democracia y fundamentalmente de respeto a los derechos, que tenemos como países.

Y un día eso se quebró, y empezó a quebrarse poco a poco, y en distintos países iban cementándose otros proyectos, absolutamente antagónicos, a los proyectos que existían en el continente.

Por eso días, escribí un capítulo, de un libro, que se editó en Chile, consecuencias de una reunión de tres amigos que éramos, que somos; uno – lamentablemente – ya no está. Éramos Marco Aurelio García, Carlos Ominami y yo y salió un libro, que se llamaba: “Claroscuros y progresismo en América Latina”. Me tocó a mí hablar sobre la corrupción y la ética, en esos años. Y dediqué gran parte del capítulo a ver cómo habían sido los gobiernos del continente, cómo habían evolucionado, en procura de una transformación real que el continente reclamaba. Y sacaba una conclusión que es objetiva y que decía que el único país, en todo ese tiempo, realmente fue Bolivia. Porque el único país que cambió las estructuras económicas de cuajo fue Bolivia. Esto no es un elogio a Evo, que lo es, pero trato de hacer una descripción: Bolivia se animó precisamente a hacer – lo que contó Evo – que muchos no se animaban, a nacionalizar los hidrocarburos, ahora los nacionalizó con inteligencia, porque no se los quedó para el Estado, los nacionalizó y discutió con empresas privadas cómo explotarlo de modo tal que el Estado no perdiera. Una sociedad donde unos ganan muchos y otros pierden mucho no es una sociedad, es una estafa. Y lo que hizo Evo fue terminar con esa estafa.

Y es muy impactante ver cómo evolucionó la economía y el desarrollo social, de Bolivia, en ese tiempo. Creo que es eso lo que no le perdonaron a Evo, creo que es eso. Evo realmente cambió la estructura económica del país. Debo admitir también que esto no va en desmedro de nadie, porque es mucho más difícil cambiar la estructura económica en un Brasil, que está muy diversificado en sus formas de producción y de acumulación de riqueza, pero Evo advirtió, que estaba allí concentrado, tan sólo en los hidrocarburos el gran poder de Bolivia e hizo lo que tenía que hacer.

Y Bolivia picó en punta – como diríamos – y la verdad es que Bolivia empezó un proceso de mucho progreso. Después vino el tiempo de la elección en Bolivia. Yo lo visité a Evo, cuando todavía estaba en campaña y estábamos muy convencidos de que le iba a ir bien a Evo. Después, empezamos a escuchar algunos ruidos y yo propuse que veedores argentinos se sumarán a la veeduría de la OEA para garantizar que las elecciones no fueran vulneradas. Y mandamos a dos personas, que certificaron que nada irregular había pasado en esa elección. Y ahí conocimos la parte más canalla de la OEA, no sólo porque con sus dictámines terminó fraguando los resultados y alterándolos de manera penosa y vergonzosa, sino que se animó a decir que los dos argentinos, que decían que los errores no existían eran dos espías que Argentina había puesto en esa misión. Y era muy impactante porque ahí descubrí que debemos ser expertos espías porque le pagaron hasta el avión y el hospedaje a los espías, la OEA le había pagado todo. La verdad que para ser espías teníamos un éxito rutilante.

Eran solamente dos personas, los dos que fueron que querían verificar que las cosas se hicieran bien y no habían notada ninguna irregularidad. El dictamen de la OEA mostraba un pueblo, que no puedo recordar cuál era, una ciudad, un distrito de Bolivia donde decía acá está la prueba más evidente del fraude: Evo aparece ganando con el 92 por ciento de los votos. Y claro con semejante número hicieron dudar a muchos, sacar el 92 por ciento de los votos era un tema, pero después Lucho sacó 95. (APLAUSOS).

Entonces, es evidente cuál fue la responsabilidad de la OEA en ese resultado y es patético que todavía el secretario general de la OEA siga siendo quién fue y quien hizo eso.

El día en que ocurrió el levantamiento, el golpe contra Evo era un día de mucha felicidad, en Buenos Aires, pues nos reuníamos el Grupo de Puebla y era de mucha felicidad porque el día anterior había quedado libre Lula y entonces estábamos todos muy contentos y todos celebrábamos en un hotel centro de Buenos Aires y nos reunimos y hablábamos de ese grupo que nació a instancias de Marco Enriquez-Ominami y yo que dijimos vamos a empezar a reunirnos porque si no parecía que habíamos desaparecido del mapa. Y empezamos a llamar a amigos, José Luis Rodríguez Zapatero, uno de esos amigos, me dijo: “deberías comunicarte con un economista, que se llama Alfredo Serrano, que es muy bueno, que te puede ayudar mucho y ahí lo conocí a Alfredo, y empezamos el derrotero y empezamos a sumar. Y así se sumó Samper, así se sumó José Luis Rodríguez Zapatero, así se sumó Lugo y fuimos sumando y sumando, hasta que el Grupo de Puebla, adquirió una dimensión enorme.

El Grupo de Puebla se llamó así por el mismo motivo que se llamó al Grupo de Calafate, Grupo de Calafate. ¿Por qué se llamó Grupo de Calafate? Porque nos prestaron Calafate para hacer la reunión y entonces nos llamamos así, si nos hubiera prestado la Villa Carlos Paz, tal vez nos hubiéramos llamado Grupo de Villa Carlos Paz, pero allí fuimos a Calafate y el lugar del encuentro nos dio nombre y acá pasó algo parecido. Quién nos presta un lugar para que nos reunamos los latinoamericanos, que no gobernamos y somos críticos de este tiempo y ahí fue Andrés López Obrador quien nos dijo vengan acá y así nació el Grupo de Puebla, que hasta entonces no tenía nombre, era un grupo de amigos, era un grupo de WhatsApp, pero llamarse Grupo de WhatsApp sonaba horrible y entonces preferimos llamarnos como el lugar del encuentro, como Grupo de Puebla.

Para entonces, yo ya era candidato y entonces les pedí a tres amigos, que fueran en representación mía a aquella reunión de Puebla, uno es Jorge, el otro fue Carlos Tomada y el otro Felipe Solá. Ese día, que nosotros celebrábamos el encuentro del Grupo de Puebla, en Buenos Aires, mientras estábamos almorzando Alfredo se me acercó y me dijo al oído: “hay problemas, en Bolivia, ¿querés hablar con Álvaro? Entonces salí de la mesa y hablé por teléfono con Álvaro que me contó y después me pasó con Evo, que me contaron lo que estaba pasando. Y a partir, de ese momento, no perdí contacto con el problema, pero sí perdí contacto con ellos, que tuvieron que escaparse a la muerte y refugiarse en un lugar inhóspito, donde hablar por teléfono era casi imposible. Yo ya era presidente electo, pero no era presidente, por lo tanto no tenía ningún resorte para poder ayudar a Evo y entonces Maximiliano Reyes, que estaba participando del Grupo de Puebla le dije que precisaba que se involucrara y se involucró como el mejor, al máximo, e involucró a Manuel López Obrador, que es alguien que – a esta altura – me distingue con su amistad.

Y acá hago un punto, porque yo no puedo dejar de agradecerle a México lo que es y ha sido, porque México recibió cantidad de argentinos, en su tierra, cuando acá la dictadura arreciaba con la muerte y amigos queridos y entrañables estuvieron en México, como mi querido amigo y maestro Esteban Righi, los Vaca Narvaja.

En este lugar estuvo viviendo dos años Héctor Cámpora dos años antes de conseguir el salvoconducto para irse a México. México tiene una tradición envidiable, que es abriles las puertas a los perseguidos y darles la posibilidad de vivir a los perseguidos, ahí veo a Ricardo, que también estuvo en México. Y uno no solo no puede dejar de reconocer que gracias a dios que existieron los…, porque sino no hubieran vivido, con ese enorme amor y esa enorme grandeza de México, México se puso en marcha para rescatarlo a Evo, y mandó un avión, y ahí empezaron las peripecias, y ahí empieza el libro.
El libro, me faltan diez hojas para terminar de leerlo, tiene una armonía policial, como le gusta decir, que ya sabemos que el asesino no fue el mayordomo, lo sabemos desde el comienzo, entonces uno lo va leyendo y ya supone cómo termina el libro, porque ya conocen la historia, pero es un libro maravillosamente escrito, y que además el lindo contar como se le ocurrió a Alfredo, porque este no es el libro de un investigador, esto es muy importante, lo rescató Albaro, no es el libro de un investigador, es el libro de un testigo, que son dos cosas muy distintas, porque definitivamente Alfredo, si tiene un don es el don de hacer acercar partes y de contarnos, y donde ve que algo hace falta saber quién es el que puede aportar aquello que hace falta y llamarlo y decirle acá está faltando esto, poné vos tu parte. El libro empezó un día, me enteré de la existencia del libro, un día en que Alfredo me llamó y me dice “¿te embromo mucho si te pido que me mandes la copia de todas las pantallas de tu wasap del día…?, digo, qué le pasa a este tipo, como buen porteño dije este tipo enloqueció, ¿pero querés hacer?, “yo necesito las capturas de pantalla de esos días que hablamos”, rescaté algunas porque como uno va cambiando de celulares y a veces se pierden, entonces yo iba a buscar a celulares viejos las pantallas a ver si las encontraba. Lo cierto es que así como lo hizo conmigo lo hizo con otros, y el libro se fue construyendo sobre la base de reconstruir esos diálogos de wasap, que a la hora de leerlos parecen un libro, pero en el momento en que los escribíamos era un momento tortuoso, horrible, muy feo, veíamos por televisión cómo destruían la casa de Evo y no sabíamos dónde estaba Evo. Sabíamos que estaba en algún lugar, porque Evo cuando podía hacía la parabólica humana, se acuerdan esa propaganda, no sé cómo hacía para conseguir señal, nos decía “estamos acá, no puedo decirte dónde”. La cuestión es que fuimos combinando la salida el avión de México, yo hablé con el Presidente de Perú en aquel momento, el Presidente de Perú que paren en Lima para cargar combustible, y seguir al aeropuerto en Cochabamba, que no era el Aeropuerto central de Lima ni mucho menos, pero después había que sacarlo de ahí. Yo me acuerdo que hablé con Evo y le dije “pero Evo, ¿estamos seguros que vas a llegar al aeropuerto”, y me dijo “sí, los compañeros me tienen garantizada la seguridad”, y me maravilló, le dije “¿cuántos kilómetros son?”: “quédate tranquilo, tengo todos compañeros que están custodiando a Evo, más de diez mil compañeros custodiando su salida del lugar donde estaba refugiado hasta que se subió al avión, se subió al avión y se volvió intocable y todos respiramos, pero había que hacer despegar al avión, porque la verdad porque no se podía quedar a vivir en avión, eso estaba claro, había que hacerlo despegar, y cuando empezamos a hacerlo quisimos despegar, me llamaba Marcelo y me decía “pero no consigo cómo hacerlo salir, porque aún cuando me habiliten la salida tengo que hacer escala en algún lugar para que cargue combustible, y ahí empezaron los llamados, lo llamé entonces al Presidente de Perú, me dijo que no podía porque el hecho de que había pasado vacío el avión antes le había generado mucho problema con la prensa, “qué me va a pasar si encima viene con Evo”, me dijo. Y me dijo que no. Hablé con el presidente de Argentina, en aquel entonces, le expliqué lo que estaba pasando, le dije que en verdad la vida de Evo estaba en peligro, que Argentina debería darle asilo, que no era tan difícil darle asilo tampoco, pero la respuesta que recibí: “sí, pero vos sabés que vamos a tener a toda la izquierda todo el día frente a la casa de Evo, me van a volver loco, no me metas en este lio, y esa fue la respuesta. Llamé a México y pregunté dónde podía haber un lugar de abastecimiento, pensé en Montevideo, pero exactamente lo mismo que venir a Buenos Aires, porque el tirón que era Montevideo-México no le alcanzaba el combustible, y entonces hablé Mario, y le dije que Marito, estoy con este problema, esta es la situación de Evo y necesitamos sacarlo de ahí, necesitamos cargar combustible y que Evo pueda llegar a México, y de corazón le agradezco a Mario la reacción que tuvo, porque me dijo “yo voy a estar esperando el avión y voy a garantizar que carguen el combustible, porque a Evo lo quiero y Evo es mi amigo y voy a cuidarlo. Lo cierto es que a las doce de la noche de ese día me llamó y me dijo “Presidente, vieron como son los paraguayos”, que medio tratan de usted y medio tratan de vos, “Presidente, ya tenés a Evo en Asunción, yo me quedo acá hasta que despegue”, y lo cumplió, me llamó a las tres, cuatro de la mañana para decirme que despegó Presidente, quédate tranquilo. Y así fue, y al día siguiente temprano lo vi aterrizar México recibo por Marcelo, y respiré tranquilo y en paz, básicamente porque habíamos preservado dos o tres vidas, que no es poco, una vida es mucho, tres vidas es un montón, y las había preservado de la peor maldad, de la maldad humana, de la maldad dañina, las peores maldades, los habíamos salvado de eso.
Yo siento que a Evo no lo salvó ni Alberto Fernández ni Andrés Manuel López Obrador, nosotros fuimos instrumentos de la voluntad de un pueblo que lo cuidó y que lo ayudó a salir. Y estoy tan seguro de que eso fue así que cuando fui a la asunción de Arce una de las cosas que más me impresionó es cómo me agradecía a mí haber cuidado a Evo, ellos lo salvaron, cada boliviana y cada boliviano lo salvaron, y nosotros fuimos instrumentos para que eso ocurriera. Cuando Evo llegó a México- todo eso está contado en el libro- lo llamé estamos tranquilos, ¿qué querés hacer vos?, ¿vos querés volver? “Yo quiero volver, porque nosotros tememos que ir a elecciones y tenemos que volver a ganar, y le dije: “mirá, a la distancia que hay en Bolivia y México eso te va a costar mucho”; “¿y qué me propones?”, “yo te propongo que el 11 de diciembre, yo asumo el 10, vengas a la Argentina y acá en la Argentina movete con libertad para hacer lo que tengas que hacer para que los bolivianos tengan el presidente que se merecen”. (APLAUSOS)
Y me dijo, “bueno hermano, entonces quedamos así”. Pasaron un par de días y el 10 de diciembre me dijo que mañana estaba en Buenos Aires, y bienvenido Evo a Buenos Aires. Cuando llegó a Buenos Aires, Evo es un hermano, esta es tu casa, toda esta es tu casa, la Argentina es tu casa, acá te queremos, te respetamos y valoramos, somos hermanos tuyos, admiro en lo personal tu sapiencia, debe tener que ver con lo milenario de tu pueblo también, tengo una sana envidia por el compañero que tenés, cuya lealtad ha sido puesta toda a prueba y jamás te decepcionó, estoy hablando de Álvaro. Quiero decir además que mientras estuvieron acá los aprovechamos mucho, yo lo aproveché a Evo en charlas que compartimos esos días, y muchos estudiantes de la Universidad de San Martín lo aprovecharon por sus clases. Así que no fue tiempo perdido para nosotros, fue un tiempo muy ganado el tiempo que estuvieron acá.
Cuando me pidieron que escriba un prólogo para este libro, recordé un libro de Javier Cercas, que es un español que escribió un libro maravilloso que cuenta cómo fue el 23 de febrero, aquel día en que un policía español quiso volver al franquismo y terminar con la democracia española, y me parecía que el concepto de Anatomía un Instante era m uy descriptivo de lo que pasó, porque toda esta historia que ustedes van a encontrar en el libro es la historia de un instante, donde hubo que debatirse si salvar la vida de quién no merecía perderla, de quién no debía perderla, sin medir riesgos, el que especula siempre pierde, hay momentos donde no hay lugar para la especulación, y cuando está en juego la libertad, los derechos del hombre y de las mujeres, los derechos humanos, ahí no debe haber discusión, solo se puede estar de un lado, del lado de la justicia.
Lean este libro, es maravilloso, cuenta un instante que permitió que Evo esté con nosotros y que Bolivia sea gobernada por gente digna.
Gracias a todos y a todas.