Palabras del presidente de la Nación, Alberto Fernández, durante el acto de celebración del 200 aniversario de la Universidad de Buenos Aires (UBA), desde el aula magna, de la Facultad de Derecho de la UBA, CABA

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Palabras del presidente de la Nación, Alberto Fernández, durante el acto de celebración del 200 aniversario de la Universidad de Buenos Aires (UBA), desde el aula magna, de la Facultad de Derecho de la UBA, CABA

Buenas noches a todos y todas, muchas gracias Luciana, gracias a todos por estar aquí: la verdad que hoy tenemos todos los que estamos, aquí, algo en común, que es nuestra condición de ex alumnos de la Universidad de Buenos Aires; otros también tenemos la condición de ser profesores de estas casas.

Yo entré a esta Facultad, cuando tenía 17 años, vine a inscribirme, entré por esas galerías hermosas, que nunca voy a olvidar lo que vi, hoy – entre esas columnas – ese espectáculo único de danza, donde todo lo monumental de la arquitectura se llenó de arte. Entré allí para inscribirme en mi carrera de Abogacía, entré antes por esta misma Facultad, cuando esta Facultad estaba en Las Heras y Pueyrredón, donde está, hoy la Facultad de Ingeniería. Allí estudió mi padre, allí mi padre se graduó de Abogado, pero era la misma Universidad de Buenos Aires. Y antes que yo llegó mi hermana – por esa misma puerta – y se graduó de Abogada, en esta misma casa. Y tengo un hermano menor, Alberto, Licenciado en Administración, que se graduó en tu Facultad.

Toda mi vida está cruzada por la historia de la Universidad de Buenos Aires, que es un lugar magnífico, donde uno puede encontrar respeto en la diversidad, la pluralidad en grado extremo, puede aprender, puede encontrar mecanismos de desarrollo y que es una prueba ejemplar de cómo se puede construir una sociedad con una escala social ascendente.

La verdad que la historia de la educación, en la Argentina, debe llenarnos de orgullo, no sólo por lo universitario, por el trabajo enorme que hicieron personas, como Sarmiento o Alberdi, en favor de la educación pública es algo que, definitivamente, tenemos que rescatar de nuestra memoria, definitivamente. Pensar la educación como un bien público es algo que nos ha distinguido en el mundo entero; pensar en la educación como un servicio público, dado por el Estado, es algo que nos ha hecho especiales, en América latina, antes que ningún otro continente.

Ahora la universidad, también, acompañó esos pasos. Allá en Córdoba, en 1918; tuve la suerte de estar – en esa universidad – cuando estaba en campaña, me acuerdo y allí el Rector me invitó a participar de un encuentro, en el mismo salón, donde nació la Reforma Universitaria, del 18, donde colgaban las banderas moradas, que dieron lugar – después – origen a la Franja Morada, que durante tantos años, hasta hoy estuvo presente entre los estudiantes de todas las universidades públicas. Y allí se plasmó la idea de una universidad con libertad de cátedra, con renovación de profesores, con pluralidad de ideas, obviamente. Ese fue un derrotero que marcó a la universidad argentina de un modo categórico, porque todas las universidades, que después sobrevinieron sí tuvieron ese modelo de pluralidad y de respeto en la diversidad, que la Reforma del 18 implementó entre nosotros.

Pero la universidad no hubiera sido lo que objetivamente es y fue, si en el año 49, no hubiera logrado su gratuidad. La gratuidad fue un dato central para el conocimiento y para el desarrollo del conocimiento argentino, porque permitió que los hijos de los obreros pudieran estudiar, eso permitió. Permitió que acá accedieran todos y que no haya una condición económica que limite la posibilidad de estudiar y aumentar nuestro conocimiento.

Cuando yo entré – en la Facultad – la dictadura gobernaba y yo tuve que dar examen de ingreso para entrar y después vino Raúl Alfonsín y eliminó el ingreso e hizo irrestricto el ingreso a la universidad y así se amplió el espacio de libertar para poder acceder al estudio universitario. Miren cuántas cosas tenemos nosotros para estar orgullosos de lo que fuimos capaces de hacer.

Yo veo, hoy, muchas caras que vienen de diferencias ciencias, de diferentes materias del conocimiento. Ahí veo a la querida Mónica, gran Decana de nuestra Facultad; ahí veo a Adriana allá; lo veo a Ricardo, la veo a Elena, miembros del tribunal superior de nuestra Patria; veo a mis ministros; lo veo al Gobernador de Buenos Aires, que salió de tú Facultad también y lo veo a Horacio, también otro egresado de la Facultad. Lo veo al Doctor Pedro Cahn, que es un orgullo para la ciencia argentina, que me ayudó- en el momento más difícil de mi vida – a comprender lo que no entendía. Todo esto lo dio la Universidad de Buenos Aires, todo esto y mucho más. Y un hombre inmenso, de la talla de Adolfo Pérez Esquivel, que alegría que tengamos, entre nosotros, a un Premio Nobel, uno de los cinco, que tuvo la Argentina. (APLAUSOS).

Definitivamente la Universidad de Buenos Aires nos marca a nosotros, la Universidad de Buenos Aires nos marca de un modo singular, esto es indudable, porque todos tenemos ese común denominador de ser egresados de la UBA. Otros, que también, muchas veces egresan de la UBA tiene – como Axel, como “Wado”- otro común denominador, que lo tenía mi padre, mi padre que nació, en 1917, y a los 12 años se vino, a Buenos Aires, desde La Rioja, se vino a estudiar al Colegio Nacional de Buenos Aires y estaba orgulloso de haber egresado del Colegio. Ahí tengo tres al hilo: Axel, Felipe y “Wado”, todos egresados del Colegio de Buenos Aires y Julio. Esa sensación de pertenencia que nos da el haber salido del Buenos Aires – yo no salí del Buenos Aires – pero sí salí de esta universidad, como todos los que acabo de nombrar.

Y la verdad es que hoy tengo un extraordinario privilegio, inmerecido –creánmelo – que es poder cerrar este acto por los 200 años de vida de la Universidad, que más amo, a la que todo le debo. Aquí me hice de amigos, construí afectos, aquí conocí, aquí aprendí, aquí tuve a mis mentores – a Esteban Righi – siempre vivo en mi espíritu, siempre vivo en mi alma, siempre vivo en mi cabeza. Aquí me eduqué leyéndolo a Zaffaroni, leyéndolo a Enrique García Lupo, leyéndolo Julio Maier; aquí me eduqué aprendiendo de Bidart Campos. Toda mi vida estaré agradecido a lo que esta Universidad me ha dado, toda la vida, porque si algo soy – en gran medida – se lo debo a esta Universidad.

Por eso muchas veces, cuando me dicen: “pero sos Presidente, cómo seguís dando clases”, no me van a alcanzar los días de mi vida para darle gracias a esta Facultad y a esta Universidad y mi manera de retribuirlo es de ese modo: transmitiéndole a otros, lo que otros me enseñaron, recordando siempre que somos una sociedad distinta, donde todos podemos crecer, en la pluralidad, en la diversidad y en el respeto, porque la educación pública existe, y porque alguien – en nuestro caso – hace 200 años fundó nuestra querida Universidad Nacional de Buenos Aires.

Muchas gracias a todos y todas. (APLAUSOS).